miércoles, 13 de junio de 2012

entendes lo que digo . seguís dando vueltas lejos mio . estoy acá afuera . ¿me ves? ¿que ves? ¿ves? ¿te gusto? ¿te gusta verme? ¿te gusta tenerme acá de pie a la nada?

miércoles, 25 de abril de 2012

La confesión Por Horacio Verbitsky Desde Padua Las sucesivas declaraciones del ex dictador Jorge Videla a periodistas argentinos y extranjeros son una involuntaria apología al modelo argentino de transición a la democracia. Videla eligió interlocutores condescendientes que no le repreguntaron en forma detallada sobre sus revelaciones más escandalosas. Pero aún así su testimonio tiene un notable valor político, contradictorio con sus propósitos. Quienes prefieren el modelo sudafricano, en el que se planteó el canje de información por impunidad, sostienen que al abrirse la puerta de la persecución penal, se cierra la de la información sobre los crímenes cometidos. La locuacidad de Videla lo relativiza. No habló al comenzar el proceso, pero lo hizo al concluir, ya condenado a prisión perpetua. En un viaje a Sudáfrica donde me reuní con familiares de detenidos-desaparecidos y con organismos defensores de los derechos humanos, encontré una queja generalizada: es insoportable escuchar en los tribunales el relato minucioso de las torturas sufridas hasta morir por los seres más queridos y después ver cómo los criminales permanecen en libertad. La transición desde el régimen del apartheid a una democracia de un hombre un voto fue exitosa. Pero de poco le sirve a quien ha perdido un hijo, conocer qué dedo le cortaron primero si el que lo deshizo en pedazos termina el relato y se va impune a su casa. Además en Sudáfrica no se alteraron las bases económicas de la dominación y las mayorías no han visto reivindicados sus derechos económicosociales. El modelo argentino En la Argentina, en cambio, el proceso de justicia restauró la dignidad de las víctimas, cubrió de ignominia a sus perpetradores y hasta los aisló dentro de las instituciones a las que deshonraron al trocar el sable de San Martín por la picana de Videla. Al día de hoy se han pronunciado 253 condenas y 20 absoluciones (prueba, además, de que los juicios se realizan con respeto por los derechos y garantías de los acusados, cuya culpabilidad debe ser probada). Que al cabo de este largo recorrido, Videla se haya decidido a hablar muestra la superioridad del modelo argentino de transición a una democracia distinta, respetuosa de los derechos humanos y con un rol constitucional para las Fuerzas Armadas, donde además se están revirtiendo las consecuencias socioeconómicas de aquella dictadura. Videla dijo que el fracaso del ex senador Eduardo Duhalde y la reelección de CFK lo convencieron de que no podía seguir ilusionándose con un nuevo pacto de impunidad. Dijo que el gobierno justicialista de 1975 les había dado licencia para matar y que el partido radical apoyaba el golpe, y que la toma del poder no era necesaria para terminar con la guerrilla pero sí para reordenar la economía y disciplinar a la sociedad. Reconoció que el golpe había privado a la dictadura de legitimidad. Admitió que la desaparición de personas fue un eufemismo que se utilizó para enmascarar la eliminación clandestina de 7 u 8 mil personas, porque el mundo no hubiera tolerado su fusilamiento, como ocurrió con las tres últimas ejecuciones de Franco en España. Este es el mismo número de bajas y la misma comparación internacional que el ex general Ramón Díaz Bessone le comunicó a la periodista francesa Marie-Monique Robin, quien lo filmó sin que él lo supiera. Díaz Bessone fue más explícito que su camarada: la reacción que temían era la del Papa. Pero es obvio que Videla piensa en lo mismo, ya que de inmediato destaca la actitud favorable de la Iglesia Católica, su amistad personal con el presidente de su Episcopado de entonces y la importantísima colaboración de los capellanes castrenses, que estaban presentes en todas las unidades y guarniciones de las tres armas. Agregó que también los empresarios apoyaron la masacre y que algunos opinaban que los desaparecidos deberían haber sido diez mil más. De Alfonsín a Menem El proceso hasta llegar a la situación presente fue cualquier cosa menos lineal. El presidente Raúl Alfonsín (1983-1989) creó una comisión investigadora sobre la desaparición de personas, la CONADEP, una comisión de la verdad que inspiró muchas otras en el mundo. Una vez que recibió sus conclusiones, promovió el enjuiciamiento de los integrantes de las tres primeras juntas militares, que terminó en diciembre de 1985 con la condena a prisión perpetua de Videla y del jefe de la Armada, Emilio Massera, entre otros. Pero luego de ese fallo y ante el temor de que la justicia continuara con oficiales de rangos inferiores, dictó la primera ley de impunidad, la de punto final, que fijó un exiguo y arbitrario plazo de prescripción de 60 días. Los jueces no aceptaron que se les endilgara la responsabilidad y dentro del plazo previsto procesaron a todos los militares contra los cuales hubiera algún indicio, por tenue que fuera. Cuatro centenares de oficiales fueron citados a indagatoria a partir de febrero de 1987, entre ellos muchos en actividad y con mando de unidades. Esto derivó en el alzamiento carapintada de la Semana Santa de 1987, luego del cual Alfonsín firmó la segunda ley de impunidad, la de obediencia debida, por la cual quedarían excluidos de responsabilidad los oficiales de rango inferior a general y sus equivalentes en las otras fuerzas. Pero esto no fue suficiente. El presidente Carlos Menem (1989-1999) indultó a todos los condenados y procesados durante el gobierno anterior, incluso a aquellos que habían sido enjuiciados por la decisión política de recuperar las islas Malvinas y por la forma en que condujeron la guerra en la que Gran Bretaña volvió a ocuparlas. Pero tanto Alfonsín como Menem dejaron dos ventanas abiertas, que resultarían de enorme importancia más adelante: en ningún caso incluyeron entre los delitos a perdonar el robo de los hijos de las personas detenidas-desaparecidas ni el saqueo de sus bienes. Las leyes y decretos de impunidad nunca contaron con adhesión mayoritaria en la sociedad. Pero durante los primeros años de la década de 1990 la cuestión pareció olvidada, salvo por la tenaz resistencia de los organismos defensores de los derechos humanos. El tema volvió a la primera plana de los diarios en 1993, cuando Menem pidió al Senado el ascenso de dos oficiales que habían sido denunciados por su actuación en la ESMA, el mayor campo clandestino de concentración de la Marina. Cuando conté en esta columna que esos oficiales estaban acusados de haber participado en el asesinato de un grupo de sacerdotes en una iglesia de Buenos Aires y de la desaparición y asesinato de dos monjas francesas, comenzó un debate público que condujo al rechazo del ascenso por parte del Senado, en un trámite que tuvo amplia difusión pública. Al mes siguiente de la decisión senatorial un hombre se me aproximó en el subterráneo de Buenos Aires y me dijo que había estado en la ESMA. Durante tres meses mantuve una docena de entrevistas con ese hombre, el capitán de la Marina Adolfo Scilingo, en las cuales terminó por confesar que había asesinado con sus propias manos a treinta prisioneros, a quienes arrojó al mar desde aviones militares, luego de atontarlos con una droga. Nunca antes uno de los verdugos había reconocido sus acciones en forma tan explícita. Esto tuvo una enorme repercusión y el 24 de marzo de 1996, al cumplirse veinte años del golpe tuvo lugar una gigantesca movilización popular, que marcó el espectacular regreso de la cuestión reprimida al primer plano de la atención pública. De la verdad a la justicia Una de sus consecuencias fue que los hijos de detenidos-desaparecidos se reunieran en una nueva organización, la primera formada por descendientes y no ascendientes de la generación diezmada, ya sin temores ni vergüenza. Otra, que el padre de la detenida-desaparecida Mónica Candelaria Mignone pidiera a la justicia que averiguara qué habían hecho con ella luego de secuestrarla de la casa familiar. Así se llegó a un fallo trascendente de la Cámara Federal de la Capital, que reconoció el derecho de Emilio Mignone a la verdad, al duelo y a la disposición del cuerpo de su hija, y depositó en la justicia el cumplimiento de esa obligación, por más que las leyes de impunidad impidieran castigar a los autores del crimen. Con esa decisión comenzaron los juicios por la verdad, que en poco tiempo se extendieron a todo el país. En octubre de 1998 el juez español Baltasar Garzón ordenó el arresto en Londres del ex dictador chileno Augusto Pinochet y su extradición a Madrid para juzgarlo por crímenes cometidos en Chile contra ciudadanos chilenos. Nacía la doctrina de la jurisdicción universal: en caso de delitos que afectan a toda la humanidad, cualquier país tiene el derecho y el deber de juzgar a los responsables, si su propio país no lo hace. Este aggiornamento de una antiquísima escuela jurídica produjo todo tipo de efectos legales y políticos. En la Argentina el Congreso derogó las leyes de punto final y de obediencia debida, aunque no le alcanzaron los votos para declararlas nulas, con lo cual conservaron efecto ultraactivo. Pero también se reactivaron los juicios por el robo de bebés y fueron detenidos Videla y Massera por ese delito que las leyes de impunidad habían exceptuado de su efecto. Al mismo tiempo avanzaban en distintos puntos del mundo las causas contra militares argentinos por crímenes contra ciudadanos de esas nacionalidades. Scilingo fue condenado en España a prisión perpetua, el mismo castigo que la justicia italiana impuso en diciembre de 2000 a los generales argentinos Carlos Suárez Mason y Santiago Omar Riveros por secuestros y asesinatos cometidos contra ciudadanos italianos residentes en la Argentina. Causas similares avanzaron en la justicia de Francia, Alemania y Estados Unidos. La nulidad La suma de estos hechos hizo concebible la anulación de las leyes de impunidad, cosa que el CELS pidió a la justicia cuando se aproximaba el aniversario 25 del golpe de 1976. Tres semanas antes de esa fecha, las leyes de punto final y obediencia debida fueron declaradas inconstitucionales y nulas y se pudieron reabrir los procesos cerrados en 1987. Esas decisiones fueron ratificadas por decenas de jueces y de cámaras de apelaciones en todo el país. Hasta los militares acusados sintieron alivio: preferían un juicio en el país, cerca de sus familiares y de la red de complicidades que los rodeaban antes que un encuentro con jueces y cárceles de España. En los casi cinco años transcurridos desde los arrestos de Videla y Massera hasta las elecciones presidenciales de 2003, por lo menos 115 represores fueron imputados ante la justicia, 19 fueron procesados por distintos tribunales y ocho condenados en primera instancia. Este avance logrado por los organismos defensores de los derechos humanos inquietó a sectores políticos y sociales. El senador Eduardo Duhalde, quien durante esos meses ocupó en forma interina el Poder Ejecutivo, indultó al coronel Mohamed Seineldín y al guerrillero Enrique Gorriarán Merlo, ambos condenados a prisión perpetua, uno por el último alzamiento en el que murieron varios militares, y el otro por el ataque al cuartel militar de La Tablada, donde además de militares y civiles muertos hubo una vez más detenidos-desaparecidos. Estos indultos debían preceder a un fallo de la Corte Suprema, revocando aquellos de primera instancia y de cámara que habían permitido la reapertura de los juicios. El obispo castrense en persona visitó a los jueces de la Corte Suprema para urgirles esa decisión. La denuncia pública de los organismos defensores de los derechos humanos consiguió demorar una vez más su firma. Ante la insistencia de Duhalde con el proyecto de olvido, el presidente electo Néstor Kirchner le pidió que le dejara manejar a él la cuestión. Pero en cuanto asumió tomó como propias las tres banderas de Memoria, Verdad y Justicia sostenidas por los organismos defensores de los derechos humanos. En pocos días demostró que hablaba en serio. Pasó a retiro a la cúpula militar, que intentaba volver a condicionar al sistema político, instó el juicio político a la mayoría automática de la Corte Suprema y, más adelante, desconoció al obispo castrense que justificaba la represión. También promovió la nulidad legislativa de las leyes de punto final y obediencia debida y pidió al Congreso la ratificación del tratado internacional que declara imprescriptibles los crímenes contra la humanidad. En marzo de 2004 ordenó descolgar los retratos de los ex dictadores Videla y Benito Bignone de la galería del Colegio Militar donde se homenajea a sus ex directores. También propició el establecimiento en la ESMA del Museo de la Memoria que reclamaban los organismos. Esta voluntad política expresada de modo tan contundente permitió que en 2005 la Corte Suprema, integrada ya por personas honorables y capaces, ratificara la inaplicabilidad de las leyes de perdón, olvido y silencio, lo cual permitió la reapertura de las causas cerradas en 1987 y el inicio de otras. Según las estadísticas que lleva el CELS, al promediar abril de 2012 se habían pronunciado 253 condenas y veinte absoluciones. Estos porcentajes avalan la seriedad de estos juicios, en los que se respetan el debido proceso y todas las garantías para los acusados, de modo que nadie es condenado sin pruebas contundentes sobre su participación en los crímenes investigados. Por supuesto que para los familiares de las víctimas esto es frustrante y desconsolador, pero este resultado también explicita la diferencia entre estos procesos realizados en democracia y los simulacros de juicio que según Videla se realizaban entre sus subordinados para decidir, sin defensa ni pruebas, quién debía morir. Sólo el 46% de los condenados recibió penas de prisión perpetua; el 32% deberá cumplir entre 16 y 25 años de cárcel; el 21% entre 4 y 15 años y el 1% hasta tres años. Esta dispersión del castigo es una prueba adicional del respeto que se observa por los derechos de los imputados. Lo que falta Más allá de la satisfacción legítima por estos avances, queda mucho por hacer y los estudios del CELS señalan dónde están los problemas. Un significativo 58 por ciento de las causas abiertas está en trámite de instrucción; el 21 por ciento ha concluido esa etapa pero esperan ser elevadas a juicio; el 4 por ciento están en juicio en este momento y apenas el 17 por ciento han llegado a sentencia. Pero de este lote de causas con sentencia, el abrumador 73 por ciento no han pasado de la primera instancia; el 16 por ciento han sido confirmadas por la Cámara de Casación y apenas el 11 por ciento por la Corte Suprema. En su excelente discurso de inauguración del año judicial el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, dijo que estos juicios formaban parte del contrato social de los argentinos. Esta apreciable definición hace aún más urgente un cambio de ritmo en las instancias superiores, para que no sigan muriendo testigos e imputados sin que se haya llegado a una sentencia firme.

martes, 10 de abril de 2012



Este Angel Ferrero, que vaya a saber quién es, escribió esta crónica buenisima de una pelea de boxeo en Berlín que vale la pena leer

La máquina de combate humana


Àngel Ferrero
25/03/12



Fue hace unas semanas. El humo del tabaco calaba la ropa, las mesas, las sillas, las paredes del bar de Neukölln, el viejo barrio proletario de Berlín, hoy lugar de residencia de muchos de los inmigrantes turcos y libaneses de la ciudad, cada vez más empujados al sur, al norte y al oeste de la ciudad a medida que la gentrificación va ganándoles terreno. Hoy retransmiten el combate de Wladimir Klitschko contra Jean-Marc Mormeck y mejor sitio que éste no había. Sorpréndanse: en Alemania el boxeo sigue siendo un deporte popular. Y puede que el nombre de Klitschko tenga algo que ver. O quizá no: históricamente el boxeo fue un deporte muy estimado por los trabajadores antes de que la corrupción, el dopaje y la falta de respeto por las normas lo rebajasen a la categoría de espectáculo violento para el lumpenproletariado con televisión por cable, que es lo que le da su mala fama actual. No siempre fue así e incluso en la primera mitad del siglo XX movimientos de vanguardia como el dadaísmo y el futurismo se interesaron por el boxeo, atraídos por la plasticidad del crudo enfrentamiento físico –que deja poco margen a las veleidades intelectuales– y su carácter indiscutiblemente popular. Arthur Cravan, Francis Picabia o Serguéi Eisenstein se interesaron por este deporte y Bertolt Brecht planeó escribir en 1925 una biografía del boxeador Paul Samson-Körner –que también fue retratado por Jakob Steinhardt–, que había de titularse La máquina de combate humana (Der menschlische Kampfmaschine) y que nunca llegó a terminar, además de un relato corto titulado El uppercut (Der Kinnhaken). Suhrkamp publicó en 1995 estas notas con el título Der Kinnhaken und andere Box- und Sportgeschichten. Estas cosas las aprendí justamente preparando una tesina sobre Brecht que no interesó absolutamente a nadie –“demasiado histórica”, “demasiado política”– y que muy probablemente habré de entregar a la crítica roedora de los ratones. Si es que dentro de tres años siguen las universidades españolas en pie.



Wladimir Klitschko es desde luego un tipo interesante. Su historia la recoge un documental reciente, titulado, sencillamente, Klitschko (Sebastian Dehnhardt, 2011). Nacido en 1976 en Semipalatinsk, entonces República soviética de Kazajistán, donde estaba destinado su padre –un militar de las fuerzas aéreas del Ejército Rojo que más tarde colaboraría en las tareas de limpieza de Chernóbil–, Wladimir Klitschko habla con fluidez cuatro idiomas (ucraniano, ruso, alemán e inglés), es un aficionado declarado del ajedrez y desde el 2001 posee el título de doctor por la Universidad de Kíev. Muchos boxeadores se preguntan de hecho por qué los hermanos Klitschko –pues su hermano, Vitali, también es boxeador– se enfundaron los guantes pudiendo haberse dedicado a cualquier otra cosa. Tras la desintegración de la Unión Soviética, cuando muchos deportistas de élite y miembros de las fuerzas de seguridad se pasaron simplemente a la mafia, los Klitschko emigraron a Alemania. En Hamburgo se enfrentaron a todos los obstáculos que se interponen en la vida de cualquier inmigrante y recondujeron su carrera deportiva –desde entonces Wladimir utiliza la transliteración alemana de su nombre–, una de las más exitosas de toda la historia de esta disciplina: en la categoría de los pesos pesados, Wladimir Klitschko se ha subido 60 veces al cuadrilátero y ganado unas 56, 49 veces por KO. Klitschko ha prometido esta noche tumbar a Mormeck y conseguir el quincuagésimo nocaut de su carrera. A pesar de sus indiscutibles logros, el estilo del ucraniano –según dicen, uno de los últimos representantes del boxeo clásico– no gusta a los estadounidenses, para los cuales es demasiado “técnico” y “lento” (sloppy). Klitschko tiene temple, no se deja dominar por accesos de cólera ni se ensaña con su contrincante, la mayor parte del tiempo mantiene la distancia con el adversario con los brazos y su fuerte es un jab fuera de lo común. Nada espectacular, al menos a ojos de los norteamericanos. Quizá sea más bien la envidia que generan sus conquistas románticas: las actrices Yvonne Catterfeld, Alena Gerber y Hayden Panettiere y la modelo checa Karolína Kurková.



Cincuenta mil personas se han reunido hoy en el Düsseldorf Arena para ver el combate. Todas las apuestas van con Klitschko. Jean-Marc Mormeck, francés nacido en Guadalupe, es más bajo y menos pesado, aunque también por ello más ágil, lo que podría complicarle en un momento dado las cosas a Klitschko. Mormeck se caracteriza por un estilo agresivo, que le ha reportado éxitos en el pasado: 36 victorias (21 por KO) y sólo 4 derrotas. Mormeck, calzón negro, es el primero en entrar. Le sigue Wladimir Klitschko, albornoz y calzón rojo, suena “I can't stop” de The Red Hot Chili Peppers. Aquí se terminan las especulaciones. Let's get ready to rumble. Suena la campana, primer asalto. Mormeck intenta acercarse todo lo posible a Klitschko, golpearle desde cerca y desde abajo, lo lógico para un boxeador de su tamaño contra alguien como Klitschko, que lo mantiene a raya, y ahí está Klitschko, el emigrante ucraniano, peleando contra Mormeck, el emigrante antillano, y aquí estoy yo, el emigrante catalán, rodeado de emigrantes turcos y árabes y otros que no logro identificar, qué imagen, dándole vueltas al vaso de cerveza, dándole vueltas a todos los asuntos que me preocupan. Según José Ignacio Wert, los que andamos por aquí ni siquiera somos emigrantes, sino latinoamericanos que nos nacionalizamos españoles gracias a (¡todo cuadra!) la Ley de Memoria Histórica. Un amigo mío me asegura que, si las cosas siguen así, si volvemos nos harán fusilar por alta traición. Una gran pérdida, desde luego, parece que no somos. Cuatro fogonazos mal contados en los medios de comunicación hace unos meses y ya nadie se acuerda de que existimos. Como emigrante no interesas a casi nadie: en el país de acogida nadie se interesa aún por ti, en el país que abandonaste nadie se interesa ya por ti. Somos hombres y mujeres sin patria, nación española a efectos meramente administrativos, deambulando por Europa como “brazos de alquiler”: hoy Alemania, mañana Austria o Suiza, pasado mañana quién sabe. Cómo tener amigos así, cómo tener pareja así, cómo fundar una familia así, una noticia pasajera, un titular simpático que remite a una película tardofranquista y desdramatiza toda la experiencia. Ya no somos su problema, ahora somos el problema de otros.



Alzo la vista. Segundo round. No parece que la velada vaya a durar mucho. La mayoría de combates de Klitschko terminan antes del sexto asalto. Ahora Klitscho toma la iniciativa, Mormeck resiste bastante bien. Berlín. Todos la habéis visto en los suplementos de cultura y tendencias. Pero seguramente no al bosnio que recoge colillas en Alexanderplatz, ni los receptores del Hartz IV en la puerta de mi supermercado bebiendo cerveza y vodka barato a las diez de la mañana. Tampoco a la mujer turca con la nariz rota de un puñetazo de su marido que se asoma con miedo a la ventana ni a las putas de Europa del Este que se apostan en los portales de Hackescher Markt todos los fines de semana. Sus historias tampoco interesan a los medios de comunicación. Son los perdedores de la historia, nosotros recién acabamos de ponernos en la cola. En la amoralidad del capitalismo las alternativas como emigrante prácticamente se reducen al cinismo o la melancolía. Te ves obligado a hacer cosas que pesarán sobre tu conciencia, quizá durante años, no decir toda la verdad, decir media verdad, mentir, a tu familia, a tus amigos, a tu casero, a las autoridades, a quien sea, porque, como emigrante, no tienes muchos puntos de apoyo. Tu familia, tus amigos, están fuera. Los españoles no constituyen ninguna comunidad de emigrantes. Los turcos, los rusos, los judíos, los griegos, los chilenos y los ingleses tienen aquí sus propios clubes, cafés, asociaciones culturales, emisoras de radio. Editan sus propios periódicos. Los españoles miran toda esta actividad asociativa por supuesto con soberano desprecio: ellos viven de sus glorias históricas pasadas y sus glorias futbolísticas presentes y no necesitan más. Y compran El País y El Mundo. El vacío lo llenan habitualmente con alcohol, drogas, juego, prostitución, de manera más o menos abierta o más o menos escondida, lo que sea para mantener la mente ocupada hasta el siguiente día de trabajo que nos dé algo de dinero para ir tirando. ¿Peor quién quiere leer estas historias? Deprimen. No interesan a los periodistas que tendrían que escribirlas, ni a los medios de comunicación que tendrían que publicarlas ni a los lectores que tendrían que leerlas. Mejor mostrar a jóvenes profesionales liberales de abultado currículo –que luego, cuando conoces, descubres que de esos cinco idiomas que dicen hablar cuatro lo hacen, como dice mi padre, a alpargatazos, y el propio con faltas gramaticales y de ortografía–, de ésos que siempre quedan bien en la fotografía, que nunca han tenido problemas lumbares ni jaquecas, bohemios digitales, los llaman ahora, que triunfaron allende y ahora –lo he leído en El País– valoran “la meritocracia” social y desean importarla cuanto antes. Y ni siquiera se consideran inmigrantes. Klitschko no perdona y de un puñetazo hace que Mormeck se tambalee y caiga. Mormeck se levanta, la pelea continúa. Tercer asalto.



La cosa se anima. Todo lo que Mormeck puede hacer es aguantar como si fuera un saco de ladrillos los golpes de Klitschko, por arriba, en el costillar, uno, otro, otro más, como emigrante, la mayor parte de la semana pasas de un sentimiento a otro totalmente opuesto. Hay días que sueñas (mejor dicho: anhelas) una vida nueva, romper con todo, una segunda oportunidad. En cualquier caso, te alegras de no estar allí. Yo mismo recuerdo a todos los que me complicaron la vida en la universidad, profesores, becarios y hasta personal administrativo (¿dónde estarán ahora?), gente sin ningún mérito, oportunistas en su mayoría, imagino su situación actual y pienso: Schadenfreude. Mejor tú que yo. Es así, todos aquí piensan en algún momento algo semejante, por mezquino que sea. Mormeck se enfada, reacciona nerviosamente. Hay días que preferirías quedarte en casa de puro desaliento. Los tópicos sobre el sur de Europa, el racismo cotidiano en el Bürgeramt, en el Finanzamt, las miradas fulminantes en el metro, por la calle, la idea de no poder ayudar a la gente que dejaste atrás, que sigue allí peleando por salir adelante. Klitschko se aprovecha de los vacíos que va dejando Mormeck. Mormeck flaquea. The end of the affair, como dice el locutor a voz en grito, está cerca. Hace unas semanas una voluntaria de una ONG, no recuerdo cuál, que pedía dinero en Alexanderplatz se sorprendió de que no me rascase el bolsillo y contribuyese con unas monedas porque, a pesar de venir de un país en crisis, según ella la cosa no tenía que irnos del todo mal viendo mi aspecto y, al fin y al cabo, siempre hay alguien que está peor que tú. Quizá la troika tenga que rebajarnos al nivel de pobreza de Liberia para que seamos dignos de compasión de la izquierda liberal del mundo industrializado. Quizá hasta nos echen unas monedas en una hucha, que es como se quitan rápidamente de encima la mala conciencia de no hacer nada el resto del año, ni siquiera informarse correctamente de lo que sucede a su alrededor. Con todo, Alemania es una sociedad tolerante aunque no abierta, todo lo contrario que España, que es una sociedad abierta pero no tolerante. No hemos sido una generación afortunada. Hay quien dice que cuando las cosas vuelvan a ir bien (¿cuándo?), nos llamarán para que volvamos. Pero, ¿por qué deberíamos hacerlo? Es difícil explicar la mezcla de rabia, frustración e impotencia. Quien no vive en la desesperación vive en la falta de esperanzas. León Felipe escribió, en el exilio, aquello, muy recordado ahora, de «Tuya es la hacienda / la casa / el caballo / y la pistola. / Mía es la voz antigua de la tierra / y me dejas desnudo y errante por el mundo. / Más yo te dejo mudo... ¡Mudo! / ¿Y cómo vas a recoger el trigo / y alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?» Nosotros, ¿nos la hemos llevado? ¿La teníamos antes? Si la teníamos, ¿acaso le importaba a alguien? ¿Y le importa a alguien ahora que nos la llevemos? ¿Qué vamos a hacer con ella, si es que podemos hacer algo? Escribir, decía Adorno, es enviar mensajes en una botella, el océano se llama hoy Internet. Quién sabe. «Siento que mis fuerzas espirituales han alcanzado su plena madurez, que ahora seré capaz de hacerlo...» Lo escribió Pushkin en el destierro, antes de terminar Boris Godunov y Eugen Onegin. Por otra parte, Heiner Müller escribía obras de teatro sin público, a la espera de un público que aún no existe. ¿No llegará demasiado tarde? ¿Pero es que a alguien le interesa todo esto, a estas alturas? Todo es igual y todo es diferente. Todo es en cualquier caso confuso, porque las cosas no me van mal, pero tampoco me van bien, y desde luego me van mejor que a muchos de los que se quedaron allá, y ahora aquí estoy yo, en Berlín, y ahí están Klitschko y Mormeck, en Düsseldorf, Cataluña, Ucrania, Guadalupe, el mundo entero de por medio, los tres en Alemania, yo aquí sentado, pensando en escribir cosas que seguramente nadie leerá, en si vale la pena escribirlas, en si alguien las lee, y allá Klitschko, todo músculo y puro esfuerzo físico y nada más, intentando tumbar a Mormeck, y en ésas rompe su defensa, jab, dos, tres golpes, todo muy rápido, Mormeck no puede más, se cae, es historia: 50 nocaut para el boxeador ucraniano. Bien por Klitschko. Apuro la cerveza, pago, me pongo el abrigo, salgo a la calle. Mañana será otro día. Te caes, te levantas. La lucha continúa.

conversión de pies a metros

domingo, 1 de abril de 2012



maldito sea el efecto residual que produce cierta gente
es como si nunca te desintoxicaras

me indigeste
y encima me revientan a combos Big Mac

toda una suerte de gastroenteritis y colesterol para un par de meses

lunes, 26 de marzo de 2012

rezagado y resentido

Pregunta: ¿Que pasa con la gente?
¿por que la relacionarse cuestan tanto?
¿por que no hablamos directamente con lo que pasa? Siempre hablamos de mas.
Ahora estoy hablando de mas.

Me cansé de creer que todo es fantasía, que la pelutuda sailor moon que llevamos adentro nos deja en default.
Las fantasías despegan de algún lado, no todo es creación, hay cosas que dan pie a esa criatura. Hay soporte, hay tierra.

Siempre tuve que pensar mucho (o nunca pensé realmente) para cuidarme de la tierra, para ver signos en sus formas. No. No quiero mas la de los jeroglíficos, hay cosas que no se pueden decodificar, significar, edificar. Y por eso se niegan; se les priva de ser y BUM! no queda mas que resaca fantástica

No hermaano, donde hubo carne, sudor y lagrimas, hay algo, no me jodas...

martes, 20 de marzo de 2012