Mas bien, me pongo a escuchar. Y aprendo. Escuchando con atención como él hacía. Con cuidado, con respeto, escuchando. Luego de un tiempo la tierra se suelta hablar. Igual que en la mareada se suelta le lengua de todos y de todas. Las cosas que uno menos creía, hablan. Ahí están: hablando. Los huesos, las espinas. Los guijarros, los bejucos. Las matitas y las hojas que están brotando. El alacrán. La fila de hormigas que arrastra el moscardón al hormiguero. La mariposa con arcoiris en las alas. El picaflor. Habla el ratón trepado en la rama y hablan los círculos de agua. Quietecito, tumbado, con los ojos sin abrir, el hablador está escuchando. Que todos se olviden de mi, pensando. Una de mis almas se va, entonces. Y viene a visitarme la madre de algo que me rodea. Oigo, comienzo a oír. Ya estoy entendiendo. Todos tienen algo que contar. Eso es quizás lo que aprendí escuchando.
Fragmento de El hablador, M. Vargas Llosa
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